Sombras luminosas
La poética política de Luna Bengoechea
PSJM
Publicado en el catálogo de la exposición It’s alive de Luna Bengoechea para la SAC (Gobierno de Canarias), 2016.
La mercancía esconde las relaciones de explotación que la hacen posible. Esta es una idea marxiana que pocos estarían hoy dispuestos a rebatir. Con sus «mañas metafísicas»[1], la apariencia seductora del producto de consumo en la sociedad capitalista oculta y desvela al mismo tiempo. Una condición que la mercancía común comparte con la obra artística —ambas, dicho sea de paso, mercancías estéticas—. En el pensamiento sobre el arte ha habido quienes, como Heidegger o Gadamer, entendieron la experiencia artística como un proceso de desvelamiento del ser, de la verdad del ser. También la crítica de la ideología que inaugura Marx encuentra su expresión artística en las obras de arte como un reflejo invertido, como una suerte de realismo refractario que nos muestra la verdadera realidad —Lukács—. Ahora bien, como contrapunto a esta potencialidad epistemológica del arte también ha habido quienes han puesto el acento en el carácter de apariencia e ilusión, de ocultamiento del verdadero ser, en definitiva, que toda obra poética o artística tiene. De Platón a Baudrillard, pasando por Kant y Nietzsche, un buen número de filósofos destacaron este rasgo del arte como apariencia. Sin duda, como apunta Simón Marchán, no se puede excluir ninguna de las dos posturas[2]. «El símbolo da que pensar», precisamente porque tanto oculta como enseña. Ese es su poder[3].
El proyecto It’s alive de Luna Bengoechea supone un juego de desvelamientos tan sutiles como dolorosos acerca de nuestra sociedad de consumo; del consumo de subsistencia, del alimento producido en masa, genéticamente modificado, industrialmente adulterado. A través de líneas, volúmenes, tiempo y luz, Bengoechea despliega un dispositivo experiencial que nos proporciona conocimiento a través de las formas poéticas. Como la misma artista sostiene, esto se hace con un «lenguaje sombrío y una estética aséptica». Lo primero se refiere a la poética visual, lo segundo a la retórica científica. Ambas dimensiones confluyen en la obra de Bengoechea creando un extraña y bella sensación de conquista por parte del espectador, que descubre a cada paso los motivos, mensajes y estrategias que nuestra joven artista nos regala. Dulce y fríamente, Bengoechea nos avisa: estamos siendo envenenados.
En 1963, un año después de que la imagen de la lata de sopa Campbell consolidara su nombre, Andy Warhol realizó una serie de cuadros bajo el título Tunafish Disaster (El desastre del atún). Obras poco conocidas que también muestran latas de supermercado, pero en esta ocasión el contenido de la lata había intoxicado hasta la muerte a dos mujeres de Detroit. Las fotografías de las víctimas se repetían bajo las mortales latas[4]. Esta obra inaugura de algún modo la imaginería pop de una sociedad postmoderna que ha sido bautizada por Ulrich Beck como «sociedad del riesgo». Tunafish Disaster se centra en el envenenamiento directo, en una toxicidad oculta pero visible de forma inmediata. No obstante, en nuestras sociedades “avanzadas” esta amenaza se enmascara bajo formas cada vez más sofisticadas. Beck llega a formular una ley, la Ley de la producción social de peligros y daños físicos: «mientras más estricto es el ámbito de lo prohibido, más amplio es el de los envenenamientos con productos no tóxicos, que representa una permanente amenaza invisible e incontrolable. El punto decisivo está en que el certificado oficial de no toxicidad niega el carácter tóxico de lo tóxico y se convierte así en visado para la libre circulación del envenenamiento»[5]. Una «amenaza invisible e incontrolable» a la que Bengoechea, con los medios del arte, está dispuesta a otorgar visibilidad, requisito imprescindible para promover su control. Así, nuestra artista pone el foco sobre las sombras, en un ejercicio de delicadeza visual que proporciona una experiencia estética, epistemológica y política de primer orden.
En cuestiones de desvelamiento de la verdad, la luz siempre ha funcionado como una potentísima metáfora. La identificación de la luz con el conocimiento sigue una larga tradición occidental que se inicia con el mito de la caverna de Platón, continúa en el cristianismo con la luz interior de San Agustín y encuentra su expresión laica en el Enlightenment escocés y el Siglo de las Luces francés. Consciente quizá de que la luz ilumina, descubre, pero también proyecta sombras, de que el desvelar por medio del arte siempre estará sujeto a la condición ineludible de un ocultamiento por ilusión, la poética de Bengoechea nos descubre una verdad —social, tecnocientífica y política— por medio de una gran paradoja material: la luz negra. Un dibujo mural construido con imágenes idílicas de Botticelli, se torna, con la aplicación de luz negra, en una escena de muerte fría. Varios dibujos, realizados con extremada finura al estilo de la ilustración naturalista de la botánica, ocultan cadenas de ADN modificado, químicas manipuladas para el consumo que la luz ultravioleta hace aparecer.
No es casualidad que el número de la revista-objeto Papel Engomado que dirigió Bengoechea lanzara este reto a los artistas convocados: «No es oro todo». Nada es lo que parece. Se proponía allí una indagación en los procesos de desvelamiento, un buscar tras las apariencias. Si Ricoeur denominó al trío Marx, Freud y Nietzsche como los «filósofos de la sospecha», quizá podamos decir que estamos hoy ante un «frente de creadores» contemporáneos a los que podríamos llamar «artistas de la sospecha», entre los cuales Bengoechea ya tiene un puesto asegurado. La trayectoria de esta joven artista sigue un camino bien definido y coherente. Desde sus primeras obras pictóricas agrupadas bajo el irónico título de Naturaleza muerta por asfixia, que mostraba alimentos envasados al vacío, Bengoechea ha recorrido un camino en ascenso moviéndose con soltura por diferentes disciplinas, pivotando siempre sobre un eje central: el tema de la alimentación como mercancía y sus repercusiones económicas, políticas y sociales. Con la serie latinoamericana de alfombras monetarias hechas de semillas o granos, Bengoechea exploró los desequilibrios en la producción, comercialización y consumo que se establecen entre los países productores pobres y su explotación por las corporaciones de los países ricos. Estas alfombras marcan ya una disposición de la obra artística sobre el suelo que tiene sus fuentes tanto en las culturas tradicionales como en las intervenciones del Land Art. En It´s alive, como una producción industrial aséptica e infinita, mazorcas, pepinos, tomates y papayas seriados a partir de moldes aparecen dispuestos en el suelo de la sala de exposiciones conformando una instalación que nos remite a los modos del minimalismo: un movimiento que desechó el pedestal al exponer sus formas volumétricas. Sin embargo, Bengoechea remata esta instalación con cuatro peanas sobre las que descansan los vegetales partidos, mostrando su interior. De pronto, la sala se baña con luz ultravioleta y nos descubre granos y pepitas fosforescentes, como si de alimentos radioactivos se trataran. Venenos en el pedestal. Sublime metáfora de una sociedad de consumo que busca el beneficio a través de la muerte. Una suerte de vanitas vegetal e industrial que despierta sentimientos de indignación con la elegancia de una poética clara.
Ut pictura poesis, escribía Horacio. Un maridaje entre las artes pictóricas y poéticas que luego condenó la estética moderna de Lessing, para la cual resultaba imprescindible respetar las diferencias entre las artes del espacio y las artes del tiempo. La pintura es el arte de los cuerpos yuxtapuestos y la poesía es el arte de los objetos sucesivos, de las acciones, aseguraba este autor en su Laocoonte[6]. A mediados del siglo XX, el formalismo de Greenberg y Fried, encontró precisamente en la dimensión temporal la base para asestar sus críticas al minimalismo, pues éste incorporaba el factor tiempo en su experiencia fenomenológica. Para Michael Fried, el mayor pecado de los minimal consistía en la concupiscencia entre plástica y teatro, una disciplina temporal que debería estar prohibida en la sala de exposiciones[7]. Lejos quedan ya estas luchas. El arte contemporáneo, a partir del minimalismo y el arte de acción, naturaliza la experiencia estética como un proceso en el que el tiempo constituye ya un elemento plástico más. Así lo hace Bengoechea al emplear temporizadores en la sala, que a intervalos regulares convierten el límpido espacio en un mundo de luz negra donde afloran las estructuras ocultas de dominación y muerte apoyadas en una tecnociencia irresponsable. Diríamos que en este proyecto dominan las disciplinas del dibujo y la escultura instalativa, sin embargo, de forma sutil, aquí sigue presente la pintura. Si la línea es la esencia del dibujo, y el volumen y el espacio lo son de la escultura, la luz y el color son las claves de la técnica pictórica. La luz de Bengoechea pinta la sala en un tiempo programado, ofreciendo un ambiente teatral que sume al espectador en un espacio secreto, allí donde se desvelan las verdades ocultas a plena luz de nuestra era.
Luz y tiempo. Cualquiera diría que Luna Bengoechea trabaja con los mismos conceptos clave que Albert Einstein. Y no es de extrañar, pues las referencias a la ciencia y el uso de su misma retórica traspasan todo el proyecto It´s alive. Ahora bien, si la Física fue la disciplina que reinó en las ciencias a principios del siglo XX, con el descubrimiento de la estructura del ADN a mediados de la centuria pasada, la ciencia de la vida, la Biología, toma el relevo[8] —en constante disputa mediática con los avances que el nuevo instrumental tecnológico aporta a la Astrofísica—. A la entrada de la exposición de Bengoechea encontramos una pequeña esculturita blanca de unos guisantes en su vaina. El espectador informado enseguida comprenderá que la artista nos recibe así para hablar de genética. Una evocación de los guisantes con los que el moje Mendel —padre de esta disciplina cuyo nombre acuñó Bateson en 1902— emprendió los experimentos que darían base a sus famosas leyes de herencia genética.
La ciencia busca la verdad, pero la tecnociencia irresponsable puesta al servicio del capitalismo busca el máximo beneficio[9]. Es cierto que no toda la tecnociencia carece de regulación ética, pero la «incertidumbre fabricada»[10] impera hoy bajo el sol de las corporaciones. Cuanto más avanzamos en nuestra capacidad de predicción científica, más incertidumbres y riesgos producimos por la aplicación irresponsable de la ciencia. La comunidad científica sabe bien que la genética es una ciencia que aún se halla en su infancia y, por tanto, sus consecuencias son imprevisibles. Una advertencia que desoyen constantemente los fondos de inversión y las multinacionales. Bayer acaba de comprar Monsanto[11]. Y esta no deja de ser una operación de suma coherencia: un diablo compra a otro diablo. Desde hace más de treinta años la Coordinación contra los peligros de Bayer (CBG) vigila a la multinacional y coordina actividades contra la violación de derechos humanos y medioambientales por parte de esta corporación farmacéutica[12]. Respecto a Monsanto, es de sobra conocida su actividad irregular con los productos transgénicos: permitidos en EEUU, pero vetados en la Unión Europea. La firma del Tratado Transatlántico de Comercio e Inversiones (TTIP) entre ambas potencias —un proceso sumamente opaco— conllevaría, entre otras muchas desgracias sociales, esta permisividad con las fechorías genéticas en los alimentos de empresas como Monsanto. Pero por suerte tenemos la calle, las redes, los medios de la cultura y la movilización social para ejercer una presión que en Alemania está haciendo ya retroceder la firma de este tratado escrito contra la ciudadanía. Si los medios del arte, a través del desvelamiento paradójico que implica la técnica poética —que tanto oculta como enseña—, sirven para frenar la marcha del complejo tecnocientífico industrial y financiero, debemos dar la bienvenida a obras como las de Luna Bengoechea. Su poética política supone una experiencia de placer estético y despertar social absolutamente necesaria, para el arte y para la ciudadanía. Bienvenida sea.
[1] Ver: MARX, Karl, «El fetichismo de la mercancía y su secreto» en El Capital, Libro I, México: Fondo de Cultura Económica, 2000, p. 36 y ss.
[2] Ver: MARCHÁN FIZ, Simón. Estética y Teoría del Arte, Madrid: UNED, 2011- 2012, pp. 123-124.
[3] Ver: RICOEUR, Paul. Le conflit des interprétations. Essais d’herméneutique. Seuil, París, 1969.
[4] Ver: CROW, Thomas. El arte moderno en la cultura de lo cotidiano. Madrid: Akal, 2002, p. 65.
[5] BECK, Ulrich. La democracia y sus enemigos. Barcelona: Paidós, 2000, p. 26.
[6] LESSING, G. E. Laocoonte, Madrid: Editora Nacional, 1977, p. 165.
[7] Ver: KRAUSS, Rosalind. «Ballets mecánicos: luz, movimiento, teatro» en Pasajes de la escultura moderna, Madrid: Akal, 2002, p. 203.
[8] Ver: SOLÍS, Carlos y SELLÉS, Manuel. «Genética, evolución y biología molecular» en Historia de la Ciencia. Madrid: Espasa, 2009, p. 1120.
[9] Ver: ECHEVARRÍA, Javier. «De la filosofía de la ciencia a la filosofía de la tecnociencia», en Daímon, nº50, 2010, pp.31-41.
[10] Ver: GIDDENS, Anthony. The Consecuences of Modernity. Cambridge: Polity Press, 1990.
[11] Ver: «Bayer compra Monsanto por 66.000 millones de dólares para crear un líder mundial en agricultura» en http://www.expansion.com/empresas/industria/2016/09/14/57d91e9622601d0d078b45c3.html
[12] http://www.cbgnetwork.org