Entrevista a Santiago Sierra
PSJM
Publicado en revista Sublime nº 16. Febrero 2005.
Los años ochenta daban sus últimos coletazos cuando ingresé en la facultad. El ambiente en Bellas Artes se asemejaba a un carnaval. Muy joven y recién llegado a Madrid todo aquello me deslumbró. Por los enormes pasillos de aquél edificio sin encanto circulaban estudiantes llenos de ideas. Entre todos ellos me llamaron la atención poderosamente un par de chavales del tercer curso de escultura. Con boinas y monos de obrero iban de aquí para allá, siempre ocupados, con la apariencia de estar haciendo siempre algo importante. De alguna manera el aspecto de aquellos jóvenes artistas se me antojó la imagen paradigmática del creador. Pasados los años alguien me señaló a uno de ellos: “Mira, ese es Santiago Sierra. Hace unas obras brutales”. Aquella fascinación primera por su imagen devino en admiración por un trabajo que superando su provocación, agresividad y valor mediático reconocí como una de las obras más coherentes y teóricamente fuertes de los últimos tiempos. Hoy Sublime me ha dado la oportunidad de dialogar con él y este es el resultado.
– Podríamos definir el sentimiento postmoderno como la desilusión y el descreimiento de los valores dogmáticos universalistas fundados por la razón que promovía la modernidad. Te has declarado recientemente como un minimalista con complejo de culpa…
Déjame ponerte un ejemplo. La obra de Robert Morris de 1961 “Untitled (Box for Standing)” era una caja abierta en su cara frontal construida con las medidas precisas del autor, hecha para que él se metiese dentro. En esa pieza el fundamentalismo minimalista comienza a perder los nervios y a declararnos sus más íntimos e inconfesables postulados. Oculto tras el reduccionismo geometrista no parecía finalmente haber otra cosa que un subjetivismo radical necesitado de la irrefutable coartada cientificista. A Morris se le escapa no una pieza antropométrica sino una declaración de principios. Simple y llana egometría. No es extraño que se hayan producido tantas variaciones de esta pieza por tantos autores distintos desde entonces hasta hoy, pues con una u otra coartada el artista se siente fuera del juego, el artista se encuentra meditándose a sí mismo y en estos momentos no puede atendernos. Los mesianismos y las mitologías individuales de todo género ayudan a nuestros clientes al consumo inocente de nuestros productos y a nosotros a producirlos cándidamente. Es para ambas partes como si viviéramos en un lugar muy lejos de aquí. Naturalmente no vamos a responsabilizar a una persona vestida con blue jean de las atrocidades cometidas por la marca en la cadena de montaje de Guatemala, como tampoco al nuestros clientes del hecho de que nuestras obras se paguen con la plusvalía tal vez obtenida en aquella u en otra cadena de montaje. Resulta más reconfortante construirnos un útero a medida como R. Morris a pesar de que eso no haga desaparecer el entorno. R. Morris también era un minimalista con complejo de culpa, tanto que decidió fugarse declarando el arte como un momento de la historia del arte. Cada uno lleva su complicidad como buenamente puede.
– W. Benjamin relacionaba el shock dadaísta con los impactos mediáticos. ¿Crees que el último recurso del arte para competir con los fuertes estímulos de los medios de comunicación es reaccionar con su propio lenguaje de impacto?
No creo que esté en cuestión el papel de cada cual. Los medios de comunicación se encargan de la formación de masas y el arte no le pisa ni quiere pisarle el terreno, no hay conflicto de intereses. El arte cumple la misma función que un mueble de época, cualifica a su poseedor como portador de alta cultura y altos recursos económicos, le define y le distingue de entre los pares. En algún momento estas dos funciones recayeron en el arte, pero eso fue hace mucho, ahora tenemos las áureas bien guardadas en museos de autor y la CNN se encarga del resto. Con respecto a la estética de shock o de impacto, no puedo verla como importada sino como un pilar comunicacional del arte. Una obra de arte no disfruta de trescientas páginas para explicarse, sino de una imagen o una acción, por lo que empleando repertorios puramente sensitivos debe concentrar de un golpe de vista lo que otros medios desarrollan por capítulos. Volviendo al minimalismo, una plancha de acero de 20 por 4 metros de Richard Serra busca un efecto de presencia y evidencia que se transmite por su impacto físico y visual. No es solo cuestión de tamaño, reiteración (On Kawara), literalidad (Joseph Kosuth), empatía (Vito Acconci) y un largo etcétera de recursos y autores nos hablan de efectos retóricos de impacto que subrayan y apuntalan los niveles semánticos de la obra de arte. Los medios por su parte hacen un uso simplista de estos efectos, tienden a la homogeneización y normatividad de los mismos para hacerse reconocibles como lenguaje del poder. Es por ello que no solo la importación no tiene sentido sino que cuando se produce por ironía (Hans Haacke) o imitación (Pop, arte documentalista) quien pierde es inevitablemente el arte.
– Marcel Duchamp “abandonó” el arte para dedicarse al ajedrez, un juego de estrategias. ¿Se ha convertido el arte hoy en pura estrategia?
Duchamp siempre estuvo de paso en el mundo del arte. Él mismo declaró su pánico de ser bruto como un pintor y en eso el ajedrez ayuda. No seamos ingenuos las estrategias vienen dadas así como la función y hasta el contenido del arte. Si lo decimos con claridad a lo que usualmente se llama estrategia es a la formulación de elementos de individuación que distingan a un productor de arte de otro.
– Tu pieza 300 Toneladas expuesta en la Kunsthaus de Bregenz vuelve a tocar los límites, en este caso la escultura se presenta como un peligro, para la arquitectura, para el espectador. Háblame de este trabajo.
Se colocaron 292 toneladas de bloques de cemento repartidos en 14 formas semicúbicas de 3 x 3 x 3.3 metros, hablamos de aproximadamente 14.000 bloques, transportados en cuatro trailers. Todo ello fue instalado en la última planta del museo lo que se hizo tomando en consideración que el límite que marcaría el colapso del edificio eran 300 toneladas, es decir a partir de ese peso el edificio podía caerse entero. Llegamos no obstante a esa cifra sin sobrepasarla pues permitíamos mediante un rígido control la entrada de 100 espectadores, lo que suponían 8 toneladas adicionales que sumadas a las 292 de bloques de cemento ya nos daba 300. Este peso era el total de resistencia para todo el edificio así que usamos columnas de metal para repartir el peso entre todas las plantas. Ni que decir tiene que el equipo de ingeniería se convirtió en una especie de sumos sacerdotes pues era un auténtico acto de fe el confiar en sus cálculos. También los sistemas de control y seguridad en el acceso al edificio tuvieron un peso inmenso, debíamos estar absolutamente seguros de que no entrase ni uno más de cien, lo que el día de la inauguración se hizo bastante complicado. Si lo pensamos, esto tampoco tiene nada de extraño. Esto lo hacemos constantemente confiando la gestión de arsenales nucleares, comunicaciones o productos tóxicos o incluso del mismo monopolio sobre la violencia a gobiernos e industrias con sus informes técnicos y sus sistemas de seguridad creando situaciones de riesgo que suponemos controlado. Así que lo que se hizo, al margen de otros aspectos que no voy a desarrollar aquí, era bastante común, algo muy dentro de lo normal.
– Creo que en arte conceptual una obra funciona si la cuentas y funciona. Esto sucede con todos tus trabajos, los títulos de tus piezas podrían ser la pieza en sí. ¿Qué importancia le concedes al documento como objeto artístico?
El título de una pieza no puede ser la pieza en sí, la misma frase lo dice, es una parte y no el todo. Si te refieres a trabajos como el de Lawrence Weiner fíjate que la obra adopta el aspecto de un título pero no es un título sino una hipertrofia en las funciones lingüísticas del título adoptando mecanismos propios de la literatura. En mi caso empleo títulos y pequeñas descripciones que pretenden ayudar a la comprensión de algo que ya ocurrió y que por tanto resulta ya inaccesible en todas sus circunstancias. Esto también se hace empleando el documento gráfico o audiovisual lo que a su vez vuelve comercializable en el tiempo un acontecimiento pasado. Pero concluir que podríamos operar una substitución no tiene lógica pues para mí lo importante es que lo que documento ocurrió realmente.
– Robert Morris no consideraba al gris un color. Juan Antonio Ramírez ha destacado la importancia del blanco y negro en tu trabajo. ¿Puedes explicar esta ausencia de color que se hace evidente tanto en tu obra documental como en la escultórica?
Aceptaré lo de obra escultórica para que nos entendamos. A pesar de que el término no se me ajuste completamente tampoco me disgusta. El ser humano percibe en color la realidad así que una intervención en este planeta no puede escapar del color. Otra cosa es que en efecto minimizo su importancia y presencia llegando a anularlo completamente en el documento. Por otra parte tampoco empleo formas verticales ni cosa alguna que dé lugar a lecturas optimistas porque mis trabajos buscan acorralar al espectador negándole todo mensaje esperanzador, por la sencilla razón de que no veo ningún motivo para la esperanza. La ausencia de color es un efecto retórico. Comprendo que la retórica está muy desprestigiada, quién sabe a qué se deba, pero es la herramienta principal en el arte y en el caso que nos ocupa me ayuda a dar la imagen gris que estoy mostrando.
– Has dejado claro con tus acciones que el trabajo es esclavitud o prostitución. ¿Lo es también el trabajo del artista?
Todos guardamos la imagen decimonónica del capitalista con sombrero de copa, un puro después de las ostras y dándose la vida padre. En realidad estos señores viven 24 horas pendientes de cómo aumentar sus ingresos pues de no hacerlo la máquina para la que trabajan habrá de comerlos. Nadie escapa en modo alguno del sistema, pero si bien es cierto que no hay feliz desentendimiento del mismo si que existe la más profunda de las desdichas y los más atroces sufrimientos en la mayoría de los operarios del capital. Claro que mi vida depende del flujo capital que sea capaz de poner en circulación pero compararme con los profundos esclavos y víctimas de esta maquinaria brutal sería una falta de juicio como lo sería afirmar que la esclavitud del capitalista es la misma que la del capitalizado. Nadie escapa de esto pero la gradación es abismal y mi parte no es ni mucho menos la peor, he tenido muchísima suerte.
– El artista cherokee Jimmie Durham sostiene que el multiculturalismo es un mero slogan, una estrategia de occidente para apropiarse de las culturas minoritarias. ¿Cómo ves tú este fenómeno cultural?
No es tanto para apropiárselas como para neutralizarlas. Los occidentales son minoritarios en muchos países y son los que mandan, ni siquiera tienen que vivir en ellos para mandar y conocemos bien los resultados. En esos países se escucha poco lo del multiculturalismo. La realidad es que si no eres blanco estas jodido, aquí y en Somalia. Hablar de multiculturalismo e integración en Londres o Chicago es una necesidad preventiva para asegurar el orden público alimentada por la habitual paranoia del blanco ante las otras razas. La realidad es que son los no occidentales los que deberían buscar cómo integrar a los blancos a la convivencia pacífica.
– Has hecho pública tu admiración por Le Witt, Judd, y el primer Morris. ¿Qué artistas destacarías de tu generación?
Me siento cercano a la manera de plantear las intervenciones que tiene Pawel Althamer. Su obra “Brodno 2000” realmente me causa envidia. En un edificio de viviendas de Brodno en Varsovia y mediante pláticas con todo el inmenso vecindario conseguía poner de acuerdo a todos para que unos encendiendo la luz de su departamento y otros apagándola, se viese desde el exterior un inmenso 2000 que ocupaba toda la fachada externa. Tal vez vea problemas en su enorme optimismo y vitalidad, pero sus métodos de trabajo me impresionan. Nada que objetar sin embargo a la obra de Artur Zmijewski con quien he colaborado recientemente en el trabajo “Cubo de pan de 90 cm. de lado” (http://www.santiago-sierra.com). Su obra es profundamente desesperanzada, y directa hasta lo insoportable. En el caso de Teresa Margolles mi reconocimiento es completo y la considero lo más importante que ha ocurrido en décadas, como creo que es bastante conocida en España os remito a lo exhibido allí. Son muchos los artistas de calidad que están trabajando ahora, es realmente complicado hacerte una pequeña lista.