El imperativo estético
PSJM
Publicado en el catálogo de la exposición Kairós, Museo San Telmo, Donostia / San sebastián, 2016.
¿Es ahora el momento de la prueba? ¿El momento clave? La crisis, cuyo Cronos se extiende a casi una década ya, ¿es el tiempo cualitativo para una toma de posición? Es el momento, es ahora, nos decimos. Quizá sí es el momento, pero quizá siempre lo ha sido. El momento clave de manifestar una inquietud, un sentimiento o un pensamiento. Pero, en los momentos «sin crisis», ¿no hay kairós? ¿No es cada momento histórico un momento decisivo en el devenir humano? ¿No hay siempre crisis? ¿No hay y ha habido siempre conflicto? Es ahora ¿Ahora? ¿Cuando «ahora»? Vivimos un momento histórico de cambio, pero, ¿no todos lo han sido? ¿No es el mundo sensible cambio perpetuo? Quizá, como siempre, tan sólo estemos hablando de una cuestión de grado.
Dejemos estas preguntas metafísicas a parte y asumamos que vivimos un momento de crisis de alto grado. O, más bien, de un cambio de régimen, dirigido hacia una meta diseñada por los poderes económicos. Ya la conocemos: nuevo feudalismo high-tech, autoritarismo financiero, explotación impune, expoliación extrema de lo público. Una apropiación particular de lo común que, en tiempos de abundancia, no duele; porque es invisible —al menos para el mayor número—, pero que en momentos de escasez se muestra en su más pura desnudez. Y es entonces cuando llega el conocimiento, la consciencia de saberse robado. De esta ganancia epistemológica, de este conocimiento colectivo, emana un sentimiento, también colectivo: la indignación generalizada. Es así que a la tesis neoliberal —cocinada y puesta en práctica durante décadas entre bambalinas— se enfrenta su antítesis en forma de resistencia popular, de rechazo social. Es el momento de la contienda visible, consciente, sensible. Una contienda de incierta resolución, y que, como toda guerra, dejará muchos cadáveres por el camino, heridas que no se cerrarán, embriones de los que nacerán nuevas crisis. Nuevos kairós.
¿Y qué tiene el arte que decir en todo esto? ¿Deben —debemos— todas las artistas y todos los artistas luchar y resistir con sus productos culturales? ¿Existe algo así como un imperativo estético similar a un imperativo moral?
Hace unos meses, una estudiante de post-grado nos entrevistaba por Skype para complementar su estudio sobre las relaciones entre el mundo de la empresa y el arte. La primera pregunta se refería a qué opinión nos merecían las experiencias que se estaban llevando a cabo, fundamentalmente en el País Vasco y en Cataluña, consistentes en crear equipos dentro de empresas incluyendo a artistas en ellos, con el propósito de fomentar los «valores del arte» en los procesos empresariales. Más o menos así fue formulada la pregunta. Nuestra primera reacción consistió en clarificar que el arte no tiene otros valores que no sean aquellos del empleo de la creatividad o la imaginación, facultades que, por otra parte, no son exclusivas del o la artista, sino que en mayor o menor medida son comunes a todos los seres humanos. Pero es que además dichas facultades pueden ser utilizadas de un modo que se ajuste a valores morales o no. La cooperación, la justicia y el entendimiento mutuo sin coacción son valores morales, no estéticos, por más que un autor como Marcuse, movido por su loable empeño en reconciliar razón y sensibilidad, quisiera denominarlos «valores estéticos». Otra cosa distinta es que se asocien determinados valores del comportamiento moral a unas determinadas prácticas artísticas, pero la creatividad y la imaginación tanto sirven para imaginar mundos idílicos como para crear una bomba atómica. Este tipo de confusiones son muy frecuentes.
No existe tal cosa como el imperativo estético o, al menos, no se da del mismo modo que el imperativo moral y conviene, por tanto, no confundir ambos conceptos. Cuando una artista o un artista adquiere un compromiso estético, se compromete con una forma de hacer arte en un sentido, digamos, formal —incluyendo en este carácter formal el hecho de que en sus obras se transmita o no una idea de corte lingüístico, como en el arte conceptual—. El imperativo estético no puede, y no debe, aspirar a ser universal como sí lo hace el imperativo moral kantiano, que tiene que valer para todas y todos, una norma que autónomamente el sujeto se impone a sí mismo y que ha de tener como condición que pueda ser aplicable al resto de individuos. Nada así ocurre con la adquisición de un compromiso con una determinada forma de organizar el material sensible. En nuestro caso, por ejemplo, se adquiere un compromiso con las formas limpias de la tradición constructivista, un compromiso con la belleza, o con un determinado canon vanguardista de belleza que consideramos el más adecuado para el modo de hacer arte en el que nos posicionamos. Obviamente los modos de hacer mundos, por utilizar la terminología de Goodman, no son neutros y sus preceptos formales suelen ir unidos a otros compromisos, estos sí de carácter ético-político, como puede ser la defensa de un arte aplicado con una función explícitamente social y democrática. Pero ambos compromisos son, o pueden ser, correlativos, esto es, no son el mismo compromiso. Nada nos impide adoptar un imperativo moral y una cierta forma de conducta ético-política construyendo realidades estéticas con otros criterios formales, y viceversa. La correlación entre ambos responde a una cuestión histórica o de tradición, en el sentido garameriano del término, y no a una necesidad lógica u ontológica por la cual, si se adopta un compromiso con ciertos valores morales, y por extensión políticos, debamos asumir necesariamente un compromiso con determinados «valores estéticos», o para ser más rigurosos, con una determinada tradición formal.
Pero podemos también entender el imperativo estético como la necesidad que tiene la artista o el artista de hacer lo que hace. Cualquier artista en esta sala sabrá a lo que nos referimos. Una vez que te entra el gusanillo de la creación, necesitas crear. Salvo en raras excepciones, eso no desaparece jamás. Hay «algo» que siempre te empuja a crear. Lo necesitas. No se trata de lo necesario lógico, porque en la acción humana, todo es contingente, pertenece al ámbito de lo posible. Sin embargo, el artista o la artista siente la imperiosa necesidad de crear. No puede no crear. ¿De qué necesidad estamos hablando entonces? Pensamos que esa necesidad tiene más que ver con la voluntad, con el deseo de expresar un pensamiento o un sentimiento. De construir con palabras o materia un mensaje que necesitas hacer llegar a tus semejantes. Se trata quizá de la necesidad de hablar, de comunicarse. ¿De comunicar qué? ¿De comunicar cómo? Al cómo responde el compromiso formal. Al qué responden las preocupaciones individuales, que pueden ser colectivas. En un momento de emergencia social se impone más que nunca el imperativo moral, o mejor, político. Un imperativo moral que no justifique las normas de forma subjetiva, a la manera kantiana, sino intersubjetiva, tal como Habermas revisa esta ética deóntica. Es entonces cuando la ética se convierte en ética social, en suma, cuando la ética pasa a ser política, o poli(é)tica, por emplear el término que propuso Ródenas.
Se trata, en definitiva, de hacer este viaje juntos, de resistir juntas, tal como proclamaba Avelino Sala en un antiguo escrito. En este momento decisivo, en esta emergencia social, quizá nuestro papel como artistas pueda ser importante. Así lo parece indicar el nuevo título, aún por publicar, de Santiago Zabala: Emergency Aesthetics: Only Art Can Save Us. «Sólo el arte puede salvarnos». Ni tanto, ni tan calvo, amigo Zabala. No sólo el arte de emergencia podrá salvarnos, eso es obvio, pero se agradecen los ánimos. Desde luego, lo haremos en común. Cargando con nuestros defectos y nuestros aciertos, nuestras contradicciones, nuestras veleidades y también nuestras proezas, lucharemos hombro con hombro. Un arte de emergencia, sí: imperativo estético, imperativo poli(é)tico y el arte como instrumento. Estas son nuestra armas.