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El almacén de las cajas vacías

Rachel Whiteread en la Sala de Turbinas de la Tate Modern

PSJM

Publicado en www.sublimeart.net el 30/10/2005.

La revolución minimalista transformó muchos de los aspectos fundamentales del lenguaje de la escultura. La desaparición del pedestal, la importancia del espacio circundante y los movimientos del espectador por ese espacio en relación a la obra, la seriación, la economía de formas y los materiales de corte industrial. Todo esto está en la obra de Rachel Whiteread, pero la artista inglesa va más allá. Si los objetos mínimos de los americanos se entendían en relación con lo que no hay, de su disposición en el espacio vacío, Whiteread hace del vacío su eje temático y formal. Conocida por solidificar lo intangible y hacer visible con resinas o cemento el vacío que queda entre las patas de una silla, el exterior de una bañera o el espacio habitable de una casa británica (obra destruida por la estupidez de las autoridades municipales), la Whiteread representa la seriedad de una generación tantas veces criticada, los YBA.

En esta pasada Bienal de Venecia  ya pudimos gozar con la que sin duda consideramos la mejor obra expuesta en esta edición, el vaciado de una escalera, una pieza de volumen monumental y belleza contundente. Y ahora, encargada de ocupar el imponente espacio que los astutos arquitectos Herzog & De Meuron han conseguido en  la Sala de Turbinas de la Tate Modern de Londres, la inglesa vuelve a emocionarnos, vuelve a  hacernos entender que la poesía postmoderna pasa por el uso inteligente de las formas contenidas.

Encontramos en “Embankment” una variación temática interesante que seguramente responde a la naturaleza del lugar donde está colocada. Rachel Whiteread nos tiene acostumbrados  a la representación vacua del habitar cotidiano, al volumen invisible de los rincones del hogar, pero esta vez se deja entrever un guiño pop, al disponer una multitud de vaciados de cajas de cartón, formalizados en un inmaculado PVC blanco, que describe un frío almacén de mercancías, o más bien, de la ausencia de estas, poniendo el énfasis en el anodino contenedor. Quítale la serigrafía a la acumulación de las warholianas cajas de Brillo y te encontraras con algo similar. Merece la pena cogerse un avión sólo por ver esta gran obra, aunque de paso no te pierdas la magnífica exposición de Jeff Wall y la brillante intervención que Jan De Cock ha realizado para la Tate. Viendo el nivel de esta institución solo nos queda exigir el cierre inmediato del Reina Sofía, por ahorrarnos la vergüenza, más que nada.