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Desmontaje y derribo de los signos

La poética política de Luna Bengoechea

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La editorial Trama acaba de publicar el ensayo ganador del V Premio Escritos sobre Arte de la Fundación Arte y Derecho 2009, «Iconoclasia, Historia del Arte y Lucha de Clases» de José María Durán (1). Un libro que, como señala Alicia Murría en su presentación, está muy bien escrito y refleja un trabajo de investigación riguroso y escrupulosamente estructurado. En sus páginas finales se explica la más que acertada metodología seguida por el autor, aquella que desciende a lo particular, y sus sótanos tapiados, arropada siempre por el paraguas de una teoría general. Salta a la vista que el autor domina con soltura las mejores enseñanzas del abuelo Karl.

Hay muchos temas en el libro que han despertado nuestro interés y por eso nos gustaría repasar y comentar sucintamente alguno de ellos.

«Iconoclasia, Historia del Arte y Lucha de Clases» arranca con la universalización de la cultura, o la apropiación de otras culturas por parte de la cultura dominante y hegemónica, para inteligentemente relacionar esta situación con un tema tan jugoso como es el ‘cosmopolitsimo de las mercancías’ (Marx y Engels). Durán termina por decir que ambas son una y la misma cosa: «La diversidad siempre es la de las mercancías o sus valores de uso, su carácter homogéneo es el proceso de valorización». Tensión motora de la sociedad actual, la que se produce entre homogeneización y diferencia, el oxímoron de las singularidades estandarizadas, (singular commodities [common]), que el autor afronta con una inusual limpieza literaria.

Realmente los dos ejemplos que José María Durán propone para hablar de iconoclasia ‘desde arriba’ e iconoclasia ‘desde abajo’ son esclarecedores. El exhaustivo estudio que este gallego residente en Berlín hace de la ‘destrucción creativa’ (o ‘desmontaje’) del Palats der Republik de la antigua RDA y todo el discurso ideológico de la actual cultura democrática alemana en relación a la cultural global city, es, efectivamente, de premio. Señalar la importancia de Leibniz, como precursor de una disciplina tan en boga como la Bildwissenschaft germana (o los visual studies anglosajones), así como la aportación de una gran variedad de hechos históricos inteligentemente hilados, suponen para el lector la conquista de un tipo de placer que sólo se puede derivar del conocimiento, un verdadero disfrute.

El democrático ‘ataque a la verticalidad’ que se produce con el derribo de la Colonne Vendôme en el 1871 de la Comuna de París, efectivamente sólo puede ser entendido bajo el prisma de la ‘lucha de clases’. Gustave Courbet responsable cultural de la Comuna sería más tarde acusado, juzgado y encarcelado por este acto iconoclasta. Courbet, sin duda, es uno de nuestros personajes favoritos. Un artista que excede el campo estrictamente plástico para adentrase en los terrenos de la acción política y, algo importante, de la promoción de su trabajo artístico como un empresario moderno. El pabellón de la Exposición Courbet en el Rond-Point de l’Alma en París (1867), construido y promocionado por él mismo, supone un claro ejemplo del paso del ‘antiguo régimen’ de los encargos y los salones al nuevo régimen burgués en el que los artistas pasan a ser productores independientes que lanzan al mercado sus mercancías (en la mayoría de los casos, mercancías que nadie quiere…). Al igual que Morris, y en otra esfera Engels y Owen, Courbet, significa para nosotros un referente de empresario social. Este punto, el del artista empresario y el del empresario social, creemos que no ha sido suficientemente estudiado. Quizá sea el momento de ponerse a trabajar en este asunto.

Se dice que para terminar una obra ha de hacerse con fuegos artificiales, Durán no lo hace tanto así como del tipo: ‘al final el protagonista estaba muerto’. Con una declaración última, que si bien no debería sorprender, lo hace. En todo el libro el autor se expresa en un tono rigurosamente científico, profesionalmente objetivo y en ningún momento uno espera (aunque, claramente, por el tema escogido y las referencias marxistas se adivina su inclinación política) que cierre el libro elegante y valientemente con: «En el contexto de una ciencia del arte militante, el autentico ‘bien’ cultural a conservar es la práctica que la Comuna hizo patente al derribar la Colonne Vendôme». ¡Sí señor!